El mayor poblado de Gran Sabana es una urbe amazónica típica: enclavada en un territorio indígena, el del pueblo pemón; rodeada de espacios naturales de inigualable belleza y valor. Su población se cuadriplicó en las últimas dos décadas debido a las estrategias de sobrevivencia fronterizas y a la dinámica minera. El crecimiento anárquico, la intervención de los cauces y drenajes provocaron en 2022 inundaciones atípicas. Los especialistas advierten que las aguas podrían alcanzar hasta tres metros en el Casco Central, si no se toman medidas.

Por Morelia Morillo | 28 Mayo 2023

Llovía. Pasadas las ocho de la noche del viernes 2 de septiembre de 2022, un audio inundó los grupos de WhatsApp en Santa Elena de Uairén, la última ciudad venezolana en la frontera con Brasil: En el sector Caño Amarillo, una zona rural al este de la ciudad, el desbordamiento del canal de drenaje había arrastrado a un niño. 

En los audios se escuchaban los gritos de las mujeres de la comunidad implorando la presencia de Protección Civil (PC). Contaban que la mamá salió de la barraca porque la había mordido una serpiente. Llevaba a sus niños, de tres y un año en brazos. La mujer cayó en una grieta repleta de agua y el mayor se deslizó. 

La búsqueda inició con linternas. Eleoriente, la prestadora estatal del servicio eléctrico, interrumpió la corriente para evitar accidentes aún mayores. En el barrio, hay apenas seis transformadores para casi 500 familias, las conexiones son informales y la mayoría de los postes son de madera. El riesgo eléctrico crecía con el agua. Media hora después, las voces informaron: el niño apareció, ahogado. Deyivis Hernández, vecina, indicó que apareció frente a su casa, a 200 metros del lugar donde cayó.

La del 2 de septiembre fue la segunda inundación en un mes. 

La primera fue el 30 de julio de 2022. Llovía. Era sábado, los pobladores salieron a comprar, abrir sus negocios y se toparon con el río, apoderado de calles y avenidas. La propietaria de un negocio sobre la avenida perimetral, a metros del río Uairén, contó que pasó frente a su local antes de las seis de la mañana, se dio cuenta de que el agua comenzaba a colarse por debajo de la puerta metálica, llamó a su mamá y le pidió que se apertrechara con haragán, cepillo y paños para limpiar. Cuando levantaron el portón, antes de las ocho, el agua les llegó a las rodillas.

Una fotografía aérea captada aquel 30 de julio de 2022 muestra las calles Bolívar, Roscio y la avenida Mariscal Sucre convertidas en cauces marrones, techos de láminas o placas aparentemente flotantes y pequeños bosques aislados, algunos morichales. 

Esta captura permite recordar la magnitud de la inundación de julio de 2022 en Santa Elena de Uairén. La ciudad era una Venecia Amazónica

La imagen, apenas se diferencia de una captada en Anamã, en el interior del estado Amazonas, Brasil, en mayo de 2021. Anamã es conocida como Venecia Amazónica porque eventualmente el poblado queda casi sumergido. Santa Elena es la capital de la Gran Sabana, una región de tradicional ocupación indígena, de morichales, nacientes, ríos, tepuyes, bosques tropicales, aguas. 

Acá, los habitantes de las zonas afectadas escaparon de sus casas en la única balsa de PC, a canalete, empleando como flotantes las tapas de los tanques azules o subían a alguna platabanda, mientras el río se retiraba. La ciudad era una Venecia Amazónica.

Las calles del centro se inundaron con una altura de 60 a 70 centímetros, según precisó Eduardo Pérez, director de Protección Civil (PC) Gran Sabana, al Correo del Caroní. 

En septiembre, la inundación del centro fue menor, pero se anegaron más las zonas aledañas como Colinas de la Laguna, Kewey 1 y 2, Cielo Azul, Ezequiel Zamora y Briceño y sectores periféricos como Caño Amarillo, El Nazareno, El Merey y Brisas de Sampay, estos últimos sobre el Valle de Sampay. 

De acuerdo con un informe de la Dirección Municipal de Protección Civil y Gestión de Riesgos, 2.431 familias -7.857 personas- resultaron afectadas por las inundaciones.

En 2018, Santa Elena tenía alrededor de 42 mil habitantes de acuerdo con un cálculo realizado a partir de los registros del Consejo de Caciques y de Isam Maddi, sociólogo con décadas en la zona. En 1998, la población ni siquiera alcanzaba los 10 mil. Maddi registró que los nuevos habitantes llegaban porque en la frontera podían participar de la reventa de gasolina e invadir con facilidad, es decir ocupar un terreno y construir. En ese lapso se consolidaron más de 20 ocupaciones.

Caño Amarillo: un refugio flotante

Caño Amarillo es una barriada en el extremo oriental de Santa Elena de Uairén, una zona de morichales y nacientes de agua, invadida hace poco más de una década.

Los primeros en ocupar los linderos de la comunidad indígena de Sampay llegaron en 2008. Al sector se le conocía como Los Paisas, abreviación de paisano, utilizada en Colombia para identificar a los de Antioquia y el Eje Cafetero y en Venezuela a todo colombiano, a los que llegaron en los años 70 del siglo XX, procurando empleo o en el XXI, huyendo de la violencia. Siembran y venden los viernes en el Mercado Municipal de Kewey 1. También hay brasileros viviendo y sembrando allí.

En 2012, la ocupación se extendió a 58 hectáreas, 56 parcelas definidas por estantillos de madera y alambre de púas e identificadas con una tabla escrita en amarillo. Cada número correspondía a un empleado de la Alcaldía, la Milicia Nacional Bolivariana, el Hospital Rosario Vera Zurita e, incluso, se asignó una a la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL).

En una nota publicada en Nueva Prensa de Guayanaen marzo de ese año, Alexander Márquez, líder del Consejo Comunal Rural de Caño Amarillo, aseguró que esos terrenos no eran ni de la comunidad indígena ni de la familia Briceño, una de las primeras pisatarias de esta frontera y que la intención era conformar un Centro de Educación y Producción Agrícola. Dijo que no se tumbaría ni un moriche, que se construirían puentes peatonales y vehiculares para cruzar las nacientes de agua, se encamisarían con cauchos los tanques para evitar la contaminación del suelo, una suerte de alfombra cargada de agua, y se levantarían casas tipo palafitos para evitar las inundaciones. 

Valentín Páez, entonces capitán de Sampay, recuerda que un grupo de capitanes indígenas, entre ellos Jorge González Alis, de Manak Krü y Evelín Pulido, de Wará, denunciaron en la Fiscalía Ambiental la invasión del territorio indígena. “El indígena no lo habitaba porque sabíamos que es una cosa que era inundable, que es paso de torrentes. Eso era una zona de pesca, lagunares”.

La Fiscalía concedió una medida cautelar en favor de las demandas de las comunidades pemón y ordenó a la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) desalojar el sitio, pero, relata Páez, “los que salieron corriendo fueron ellos”, los efectivos.

Celia Cisneros, lideresa del Consejo Comunal Caño Amarillo, precisa que la comunidad está conformada -hasta marzo de 2023- por 435 familias. “Crece todos los días, semanalmente, llegan una o dos familias”. Según el informe de PC, 392 familias de Caño Amarillo sufrieron las inundaciones. 

Caño Amarillo es una barriada localizada en el Valle de Sampay, al este de Santa Elena de Uairén, una zona de bajumbales, espacios acuáticos naturales. La mayoría de quienes viven allí llegaron de otras zonas del oriente venezolano esperanzados por las estrategias de sobrevivencia propias de esta frontera | Foto: Morelia Morillo

El crecimiento poblacional es evidente en Caño Amarillo. Casi todas las parcelas fueron divididas, algunas en cinco y hasta seis pedazos, de 10 metros de ancho por 10 metros de profundidad, vendidas entre 200 y 400 dólares, “las más baratas del municipio”, explica Cisneros. La mayoría de los habitantes actuales de Caño Amarillo tienen menos de cinco años en Santa Elena. Llegaron, a partir de 2018, desde el sureste del país buscando en la frontera con Brasil alivio para sus urgencias: revender algo: gasolina o comida; conseguir comida para la familia; ir a la mina; descargar o cargar un camión. 

“Todo forastero que llega de allá afuera, llega a Caño Amarillo para no pagar alquiler”, explicó Yuly Moreno, vecina de la calle Mariscal Sucre, originaria de Ciudad Bolívar. Ella sacó la cuenta: si pagara 50 a 100 dólares de alquiler por mes, no podría comprarse “ni unas cholas”, es decir un par de sandalias brasileras de entre tres a cinco dólares. Sus pies están cubiertos de arena. “Aquí uno está negrito, pero gordito”.

Caño Amarillo es un arenal. El sol quema. Moreno dice que tiene una “buena casa” en Ciudad Bolívar, pero allá no había trabajo y el dólar y el precio de los alimentos subían a diario. Acá abundan las pequeñas ventas de víveres brasileros, harinas, pasta, granos, embutidos, arroz, leche, café, lo esencial.

Al recordar aquella noche de septiembre, en los testimonios de los vecinos aparecen repetidas veces el mar, las olas, el Titanic. “Eso hacía como unos remolinos, unas olas, yo decía, esto es fin de mundo”, expresó Cisneros. “Parecía Titanic, eran olas horribles”, dijo Moreno. “Esto era como cuando una playa está alborotada, subían las olas y bajaban las olas”, recordó Deyivis Hernández. 

Las calles Mariscal Sucre y Simón Rodríguez eran ríos crecidos. En Caño Amarillo las calles llevan los nombres de próceres o de figuras bíblicas como Enmanuel, Jesús de Nazaret. Las casas son en su mayoría de tablas o láminas, sobre las puertas se lee “La sangre de Cristo tiene poder” o “Si Cristo vive, nosotros también vivimos”. 

Cisneros advirtió que desde 2017 no se hacía el mantenimiento del canal de drenaje, una zanja cavada por el extremo este del asentamiento para recoger el agua y vaciarla en el caño que da nombre a la barriada. “La última vez que se hizo fue en 2017, lo hizo la Gobernación del estado Bolívar”. En 2021, “cuando las primarias del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela), se lo dije al mayor Pérez”, uno de los precandidatos. Aseguró que se lo advirtió también al alcalde Manuel de Jesús Vallés, cuando visitó la zona en diciembre de 2021, después de ganar las elecciones. 

Comentó que Alexander Márquez, fundador de Caño Amarillo, también denunció en redes sociales el colapso del drenaje, tomando como referencia el deterioro de la base del poste que sostiene un transformador. Era su manera de advertir que el drenaje estaba tapado, que el agua corría por las calles cada vez que llovía, que tarde o temprano se inundaría el barrio.

La lideresa comunitaria relató que el agua corrió por los patios en donde las familias han cavado aljibes, perforaciones de agua para el consumo, y sépticos de aguas negras, manteniendo la mayor distancia posible. Ella tiene su aljibe protegido por varias hileras de bloques, pero muchos de sus vecinos no. “Yo me imagino que tuvieron que limpiarlos”, dice. Aun así, proliferaron las diarreas y alergias.

Después de las inundaciones, la Alcaldía comenzó a limpiar el drenaje, se sustituyó el tubo de concreto por uno de mayor grosor. Según Cisneros, el trabajo es lento porque la maquinaria de la Alcaldía es vieja, avanza 20 metros y vuelve porque el agua regresa la arena. En su opinión, el trabajo se está haciendo al revés, de abajo a arriba. A finales de abril de 2023, tras varias horas de lluvia, Brisas de Dios, una barriada aledaña a Caño Amarillo, se inundó. No hubo víctimas ni pérdidas materiales. En ese momento, la Alcaldía retomó el trabajo del canal que se había paralizado, según han denunciado fuentes consultadas, por las constantes fallas de la máquina. 

La parcela número 19, en donde vivía la familia del niño que murió en la inundación de septiembre, se encuentra a no más de 50 metros del canal de drenaje y del árbol en donde se fijó un cartel que marca un límite: Comunidad Indígena de Sampay, Sector 6. Sobre la barraca en donde vivían se lee “Iglesia Cristiana Fiel de Jesucristo”. 

Soxger Rojas, propietario de esa parcela, es un hombre de 62 años con más de 30 de servicio como seguridad en el hospital local. Contó que fue él quien les ofreció a los padres del niño que habitaran una de sus dos barracas, “porque los encontré viviendo allá, en aquel monte” y señala un morichal. 

Yisleidi Hernández, la mamá, regresó a San Félix, a 589 kilómetros de Santa Elena. El padrastro, de nombre Alejandro, viaja con frecuencia a Santa Elena para trabajar. “Ya está listo ya, ya eso pasó, estamos tratando de superar eso y no quiero revivir esos momentos”, dijo al ser contactado.

Soxger Rojas, propietario, mostró lo que quedó de la barraca en donde residía la familia del niño que falleció en la inundación de Caño Amarillo | Foto Morelia Morillo

“A mí me dio tristeza ver como estábamos viviendo”, comentó Yuly Moreno al recordar aquella noche. “Yo me voy de aquí”, dijeron varios de sus vecinos. Algunos se fueron.

Impresos sobre una hoja de papel prendida en una cartelera de la sede de PC Gran Sabana, se leen los nombres de los sectores considerados vulnerables: el segundo es Caño Amarillo, precedido sólo de El Nazareno, un serie de barracas de madera y metal, pegadas las unas a las otras y seguido de La Constituyente, Brisas de Sampay, Sampay El Merey, Francisco de Miranda, Los Pinos, Andrés Bello, Kewey 2 centro, Kewey 2 este, Negro Primero, Casco Central, Warakén, Waiparú, Villa Heroica, Guayabal y añadidos a mano y en bolígrafo, Manak Krü, Cielo Azul y Ezequiel Zamora, estos tres últimos inundados en septiembre de 2023. 

La fuente de PC, quien prefirió resguardar su identidad por no estar autorizada para declarar, dijo que en los sectores vulnerables es en donde vive mayor cantidad de personas sin adjudicación, es decir sin el contrato de uso del terreno con el municipio Gran Sabana, en donde aún no existen ejidos municipales. Por necesidad, “se meten bajo la condición de riesgo aceptable”, debido principalmente al nivel freático.

Aseguró que el equipo del cual hace parte advirtió, al menos desde 2017, que debían tomarse acciones urgentes para evitar inundaciones: el mantenimiento de los canales de desagüe, puentes vehiculares y peatonales. No se hizo. 

Estos planos muestran las zonas en riesgo de inundación en Santa Elena de Uairén, municipio Gran Sabana, por la ocupación de tierras de forma anárquica

Entre la basura y los rellenos

Al amanecer del 31 de julio de 2022, Henry Hernández, líder del Consejo Comunal de Casco Central y algunos de sus vecinos sacaron incluso una gaveta de madera que había sido arrojada a la quebrada Marumpá, convirtiéndose en una especie de dique. La Marumpá atraviesa Santa Elena desde el oeste escurriendo hacia el río Uairén.

Él considera que la falta de mantenimiento de las quebradas y de conciencia de parte de los vecinos causaron las inundaciones. Entre 2019 y 2021 la ciudad permaneció sin servicio de aseo urbano. Quienes no podían o no querían pagar, lanzaban la basura al bosque, a las quebradas, aceras o bordes de las vías. 

En Casco Central habitan 1.200 familias, 2.300 personas y hay 600 locales comerciales, contando media docena de almacenes de víveres. Un testigo aseguró que algunos comerciantes intentaron salvar harinas y arroces, reembolsando las porciones secas, pero -por motivos sanitarios- la GNB los obligó a botarlo todo. Ese mismo testigo contó que en el vertedero localizado en la comunidad indígena de Santa Teresa, niños y niñas, mujeres y hombres se peleaban la comida, entre ellos, y con los zamuros. 

Hernández también se refirió al relleno de las lagunas y torrenteras que llevan el agua de las lagunas hasta los ríos y quebradas, conformando las áreas inundables. 

Explicó que Edgar Barreto, vocero del Consejo Comunal de Colinas de la Laguna, consignó una denuncia en la Fiscalía Ambiental con sede en Santa Elena de Uairén, explicando que su sector se inundó el dos de septiembre, después de que se rellenara el espacio sobre la Troncal 10, entre el Hotel Anaconda y el Almacén La Comarca, para abrir un estacionamiento. La última semana de marzo, había en el sitio más de 20 vehículos pesados. Posiblemente cabrían 10 más. 

El crecimiento demográfico y las construcciones, debido al aumento en el flujo de importación de alimentos brasileños por la frontera terrestre Venezuela-Brasil, también presiona el riesgo de inundaciones | Imagen satelital Google Earth

Barreto, quien se encuentra fuera del área urbana del municipio y no pudo declarar directamente, argumentó que a través de ese espacio se aliviaba naturalmente la Laguna de Karará, uno de los tres cuerpos de agua alrededor de los cuales se fundó y crece la ciudad y con el cual colinda su sector. “Las denuncias sobre los rellenos o movimientos de tierra o todo delito, tienen número de expediente, son exclusivos del Ministerio Público, son de reserva penal, sólo siendo parte de ese proceso se puede tener acceso bajo ciertas condiciones”, dijo una fuente en Fiscalía.

Manuel de Jesús Vallés fue alcalde del municipio Gran Sabana entre 2008 y 2017 y asumió nuevamente el cargo a finales del 2021.

En las semanas siguientes a las inundaciones, la Alcaldía de Gran Sabana inició la limpieza de las áreas verdes a orillas del río Uairén. En la curva que da el Uairén para juntarse con la Quebrada Marumpá fue removida una isla de plásticos, latas, vidrios.

El 22 de marzo de 2023, a propósito del Día del Agua, el alcalde lideró las labores de saneamiento que se iniciaron a la altura de la pasarela de El Guayabal, un paso peatonal que quedó bajo las aguas del río Uairén en julio de 2022. Dijo que se calculaba que aún había un metro cuarenta centímetros de sedimentos y basura obstruyendo el curso del agua y que continuarían con la limpieza tanto del Uairén como de la Marumpá, el río y la mayor quebrada de la ciudad. Efectivamente, dos semanas después, los trabajos de limpieza del Uairén continúan. Sacaron incluso la carrocería de un vehículo. Se conoció que había al menos dos más a la altura del hospital. 

En cuanto a los sedimentos dijo que son la consecuencia de la ocupación del Valle de Sampay: “La arena una vez removida va a tener al río y contribuye a que la caída de árboles y basura tape más”. En cuanto a la denuncia del vocero de Colinas de la Laguna, dijo: “Ahí no había corriente de agua, ahí lo que hay, es un estacionamiento.”

A partir de 2018, Santa Elena de Uairén se transformó en un puerto seco a donde llegan y desde donde salen diariamente vehículos cargados de alimentos brasileros hacia otras regiones del país a través de la Troncal 10. Circulan aproximadamente 500 unidades por día, según precisó Juan José Méndez, director estatal del Ministerio del Poder Popular para el Transporte, al diario Primicia, a propósito del desvío que se realizó en el Kilómetro 49 de esa vía en marzo de 2023, después del colapso de la alcantarilla que permitía cruzar sobre un paso de agua.

Sin conocer acerca de las consideraciones de los vecinos de Colinas de la Laguna ni del alcalde con respecto al relleno entre el Hotel Anaconda y el almacén La Comarca, César Franceschi, ingeniero agrónomo, jubilado del Ministerio del Ambiente para el cual prestó servicios en Santa Elena de Uairén, recordó que en ese lugar se formaba un meandro, es decir un descanso natural de las aguas recogidas de las pendientes y de la propia Laguna de Karará, que a esa altura alivia en el río Uairén. “Esas son tierras que le están poniendo al Uairén”, dijo refiriéndose al relleno.

Edgar Barreto, del Consejo Comunal de Colinas de la Laguna, argumentó que a través de este espacio recién rellenado se aliviaba naturalmente la Laguna de Karará

El retorno anunciado del agua

Rafael Contreras, un ingeniero agrónomo con al menos tres décadas en la zona, explica que las cuencas bajas de los ríos alcanzan niveles máximos cada 40 años. “Es lo que se llama el período de retorno”, definió. El problema, la inundación y sus secuelas, surge cuando el agua se encuentra con esas zonas ya ocupadas. 

Esto quiere decir que las inundaciones, aunque para quienes las sufren sean inesperadas, son un evento anunciado para aquellos que se asientan en las cuencas bajas de un río, en este caso el Uairén que vacía sus aguas en uno de mayor tamaño, el Kukenán, nombre que recibe en su primer tramo nada menos que el Caroní, el segundo mayor río de Venezuela después del Orinoco. 

En 2013, los ingenieros Contreras y Rosaida Montilla presentaron una propuesta metodológica para la ordenación territorial de Santa Elena de Uairén, tomando como caso de estudio el humedal Wek Ku´pö, ubicado entre el Casco Central, Akurimá y la comunidad indígena Manak Krü, una propuesta válida para los dos humedales menores, Akaraimapay (Cielo Azul) y Laguna de Karara. 

Se trata de una subcuenca que, de acuerdo con las estimaciones de Contreras y Montilla, podría ser considerada como área de amortiguación del Sector Oriental del Parque Nacional Canaima y del Monumento Natural Los Tepuyes, un área en donde convergen diversas Áreas Bajo Régimen de Administración Especial (ABRAE). 

“En una región de abundantes precipitaciones, 1700 mm de precipitación media anual y altos niveles de humedad relativa, la ocupación de los humedales no sólo atenta contra estos fantásticos reservorios de agua y vida, también expone a quienes los habitan a inundaciones recurrentes”

Los conflictos entre la ley y la realidad son recurrentes en la Amazonía. Contreras se refirió a la anárquica ocupación del espacio, obedeciendo a fines políticos y contraviniendo las consideraciones del Consejo Local de Planificación, las leyes orgánicas de Ambiente y Municipal, especialmente porque los tres humedales alrededor de los cuales se asentó la población han sido progresivamente intervenidos.

Consideraron que, en una región de abundantes precipitaciones, 1700 mm de precipitación media anual y altos niveles de humedad relativa, la ocupación de los humedales no sólo atenta contra estos fantásticos reservorios de agua y vida, también expone a quienes los habitan a inundaciones recurrentes. Propusieron el saneamiento y protección urgentes de los humedales y sus áreas de influencia, así como el control de las ocupaciones informales, la promoción del turismo sustentable y las actividades recreativas acordes con la preservación de esos espacios. 

Diez años más tarde, la situación a la que hacían referencia Contreras y Montilla es apenas el antecedente de un presente mucho más complicado.

Durante una inspección en el humedal Wek Ku Pö, una funcionaria evalúa el nivel de agua del suelo, incluso, después de varios días de sequía | Foto Morelia Morillo

Niño, niña, cambio climático, minería y deforestación

La Amazonía experimentó entre 2021 y 2022 el fenómeno de la Niña, que se produce cuando las corrientes del Pacífico afectan los patrones climáticos globales, un proceso que, según los científicos, se intensifica por el cambio climático y este a su vez, con la intervención humana, la deforestación, la minería. En Santa Elena, casi no hubo temporada seca en 2021 y 2022. Llovió moderada, pero permanentemente.

En Manaos, la ciudad más grande de la Amazonía, se lleva registro de los niveles de las inundaciones desde 1902. En la última década, se han asentado siete de las peores, incluyendo la de 2022. En mayo de ese año, el río Negro alcanzó una profundidad de 29,37 metros, muy cerca del récord de 30,02 metros que se registró en el 2021.

La observación de Luna Gripp, quien monitorea los niveles de los ríos de la Amazonía occidental para el Servicio Geológico de Brasil, entrevistada por la agencia Associated Press (AP) para una nota publicada por Los Ángeles Times tiene tono de advertencia: “Desafortunadamente, las inundaciones severas han venido ocurriendo repetidas veces en la última década. Es la confirmación de que los eventos climáticos extremos van en franco aumento”.

En la Santa Elena actual no hay registros tan detallados, pero hay observaciones que indican por donde vienen las aguas. Oswaldo Medina, encargado del acervo histórico, dijo que una de las habitantes más antiguas de la ciudad le comentó que la última gran inundación se produjo en 1982, pero que no alcanzó las dimensiones de las de 2022. 

La minería de sobrevivencia en los cursos de agua y en montañas de la comunidad de Manak Krü y las secuelas dejadas por la mina clausurada en la Quebrada del Oro, en los límites de Maurak hacia Santa Elena son agravantes de fenómenos como La Niña o El Niño ya agudizados por el cambio climático. Todo está conectado.

Durante las temporadas de lluvias, las arenas que van generando las excavaciones mineras tapan los drenajes y caen al Uairén y a eso se suma la deforestación en los bosques del Parque Municipal Piedra Kanaima, cerro Marak Motá, al sur de Santa Elena. “Cuando estás dentro del bosque y llueve no sientes la lluvia porque los árboles actúan como un paraguas, pero si esos árboles no están, el agua corre montaña abajo”, explicó Luis Rio Bueno, presidente del grupo de voluntarios Guardianes del Bosque. 

El parque comenzó a ser talado en 2015, en la medida en que la crisis del país empujó la migración hacia la frontera con Brasil. Los árboles medianos se utilizaban como material de construcción: bases, cercos y postes eléctricos; los jóvenes como varas para el techo y ya en pandemia, todos los disponibles como leña, ante la falta de gas doméstico. Si bien la tala ha sido selectiva, la extracción de los árboles medianos ha debilitado ese sistema de convivencia perfecta que es el bosque. Cuando llueve, con vientos, los árboles grandes, desprovistos del andamiaje de los medianos, caen y se llevan con ellos a los pequeños. Con el bosque disminuido se pierde capacidad de absorción de agua y de sostén del suelo. 

En Caño Amarillo, las vecinas Yuly Moreno y Deyivis Hernández comentaron que no era tanta la lluvia, ni el tiempo durante el cual llovía, para la cantidad de agua que venía de la montaña y señalaron hacia la montaña boscosa conocida como Piedra Kanaima.

Las advertencias del río

Franceschi, quien durante más de tres décadas ha vivido y trabajado en Gran Sabana, recordó que la última vez que vio inundaciones similares en Santa Elena de Uairén fue entre 1989 o 1990, alrededor de la Plaza Bolívar. Entonces, varios de los locales protegieron sus puertas con una o dos líneas de bloques. Pero alertó que, en 2022, los niveles del agua fueron mayores. Detectó la cota más alta en la calle Urdaneta, frente al parque infantil conocido como La Carreta, en donde el agua dejó una marca a un metro y 10 centímetros del suelo. “Eso es indicativo de los cinturones de presión que se han hecho sobre el cauce del río, con basura, escombros y construcciones”.

De acuerdo con lo que ha venido sucediendo, estima que hacia 2030, a más tardar 2040, puede haber cotas de inundaciones de hasta tres metros en el Casco Central. 

Su sugerencia es revisar todas las vertientes que van a dar al río Uairén, tramo por tramo y eliminar las presiones: la basura, los rellenos, las construcciones que paran el agua. 

Franchesci conoce el Uairén, sus ruidos, sus turbulencias. “Al subir el Kukenán, crea hasta pequeñas olas, queriendo desbordarse”.

En julio pasado llovía y el Uairén serpenteaba. Poco después, se desbordó.

Este reportaje fue producido en alianza con la Red de Periodistas de la Amazonía venezolana.