Por Mariannis Visaez
259,733 millas recorrió una pieza de yeso de José Gregorio Hernández desde Puerto Ordaz hasta el Salto Ángel, en el Parque Nacional Canaima. 65.3 millones de reproducciones tiene el video que muestra al icónico molino de Puerto Ordaz en su adaptación a la noche estrellada, y sopotocientas es la cantidad de fotos que se han tomado los guayaneses y foráneos con La Monalisa más famosa de la ciudad.
Aunque todo este éxito está expresado en números, para los tres protagonistas de esta conversa, el éxito se cuenta a pinceladas.
Ya se había escuchado que en Ciudad Guayana hay algo que brilla, lo que pasó es que muchos se distrajeron con el oro, y no pusieron su mirada en lo realmente importante: el recurso humano que rebosa talento.
Ronald ama enseñar, dedica unas horas a la semana a transmitir sus conocimientos a todo el que desea aprender, pero por encima de eso, se define como un creador. Lo suyo, según dice, es prepararse todo lo que pueda para después compartirlo, no solo en sus obras, sino a través de sus clases. Rodeado de libros, lienzos y obras sin terminar elaboradas por sus estudiantes de diversas edades, Ronald Ruiz recuerda cómo empezó este camino.
Cuando niño rayaba las paredes de su casa. Sus padres no lo castigaron, lo inscribieron en un curso de pintura en el que pudiera canalizar esa energía. Desde muy joven realizó proyectos artísticos -murales, lienzos, dibujos a lápiz- lo que ha hecho que desde los 17 años el arte sea su único trabajo.
La historia es un poco distinta para Antonella Echenique, conocida como “echeanto creativa” quien se dejó llevar por su curiosidad y de manera autodidacta fue aprendiendo y -sin saberlo-, afinando sus habilidades.
Con la mirada de su gran obra “La Monalisa” puesta sobre los guacitanos, cuenta que no se considera una artista, sino una diseñadora, ya que además de manejar los pinceles y las pinturas, diseña interiores; combina su lado de ingeniera civil con su lado artístico para lograr espacios acogedores.
Disfruta enseñar, pero pone especial énfasis en hacer que quienes aprenden de ella desarrollen seguridad, la misma que le costó conseguir cuando daba sus primeros pasos en el mundo artístico.
El arte siempre estuvo ahí, pero fue en la universidad cuando decidió que quería dedicarse de forma exclusiva. El estigma de que ser artista es una profesión que no cuenta con quince y último abrumó a sus más cercanos, pero en la crisis fue su talento lo que le permitió salir adelante, teniendo la certeza de que iba por un buen camino.
Para Ana Oliva, conocida artísticamente como La Tata Oliva, todos los caminos llevan al arte, no importa cuánto tiempo pase. Ha hecho de su propia casa toda una obra maestra. Tomamos café sobre una mesa hecha con sus propias manos, su escritorio a simple vista parece sacado de una tienda de modernidades, pero es cien por ciento obra suya, y así con casi todo lo que rodea a quien entra en su casa.
Siempre estuvo relacionada con el arte, pero fue en Caracas y a través de una “intervención divina”, lo que la llevó a hacer de José Gregorio Hernández su protagonista. Una estampita sin dueño de José Gregorio apareció en su casa -su familia no era devota-, luego buscando vírgenes de yeso para intervenir, no encontró más que piezas de José Gregorio Hernández, y entonces sintió que algo le estaban tratando de decir, sintió que había sido escogida.
Su vida dio muchas vueltas; se tomó una pausa. Se convirtió en madre, y Guayana ha sido el lugar de su renacer artístico.
El camino de cada uno de estos artistas, ha sido distinto, pero sin duda persiguen el mismo objetivo: marcar la pauta para impulsar las artes en Guayana.
Ronald Ruíz: “Ser artista es dedicarle la vida completa”
Ruíz sacó algo bueno de la pandemia, fue ahí cuando pudo impulsarse y darse a conocer, pues una de sus pinturas más representativas se hizo viral. Entre sus primeros trabajos estuvo la decoración de un parque infantil en Puerto Ordaz, ahí se dio cuenta que no era solo un pasatiempo por el que le pagaban, sino que formalmente era un trabajo.
Locales, hogares y coleccionistas dentro y fuera de Venezuela han pagado por sus obras. Comenta que desde el inicio de la pandemia hasta el día de hoy su trabajo no ha parado, todos los meses tiene un proyecto, su truco: hacer las cosas tan bien que los recursos para seguir haciendo lo que ama sean una consecuencia.
Se siente afortunado por ser un joven de 24 años que vive en una ciudad industrial del interior del país y que, en plena pandemia pudo monetizar su talento.
Para lograr eso, las redes sociales y la exposición fueron sus aliados.
“Si solo tienen un lápiz y un papel háganlo (…) con lo que sea se hace arte”, dice Antonella
Antonella Echenique resalta la importancia de exponerse. “Es ahí cuando te ve la persona que te va a valorar, tú no la escoges, ella te escoge a ti”, así le ocurrió. Su impulso fue la fe; en plena crisis, con los amigos yéndose del país y sin encontrar buenos ingresos, pensó que la solución a sus problemas era tomar unas tizas y hacer un mural en su habitación con todo lo que deseaba para su vida.
Lo hizo público en sus redes sociales y ahí empezó todo. Decorando pizarras con dibujos hechos con tiza, su arte empezó a llenar su corazón y además su bolsillo.
Tata: “Nunca es tarde para volver a empezar”
A medida que se avanza a la adultez algunos pueden llegar a perder esa ilusión que impulsa los más grandes sueños, pero no ha sido el caso de estos artistas y menos el de La Tata Oliva, quien en su cumpleaños número 40, pensó que la mejor manera de volver a lo que le apasionaba era crear un espacio para los artistas y así nació el Art Festival 897, una exposición en la que artistas guayaneses se encontraron y de donde ella sacó la energía para volver a intervenir santos, pintar lienzos y descubrir un mundo nuevo hecho con sus propias manos.
En plena crisis de 2017, las largas colas por alimentos adornaban las calles de la ciudad, en contraste, Antonella en un intento por poner un toque de color a un panorama totalmente gris, usaba sus tizas para adornar vidrieras y pizarras de los negocios emergentes.
“El arte es para quien se arriesga a hacerlo” sentenció. Resalta que hay pocos artistas para una ciudad tan grande. Lo que significa muchas oportunidades que pocos artistas que puedan aprovechar. Para ella la experiencia de las empresas básicas brindó conocimientos que podrían aplicarse en otras áreas en la actualidad, solo es cuestión de atreverse y hacer.
Menciona que la esencia del guayanés, -por eso de tener lo industrial en la sangre-, se traduce en la capacidad de crear grandes cosas que tengan impacto en los ciudadanos. Considera que hay mucho arte por hacer en una ciudad rodeada de plazas y que, además, hay muchos “lienzos” en el urbanismo de Ciudad Guayana que pueden servir como ventana para que los artistas puedan darse a conocer.
En la misma línea de aprender a cultivar las capacidades individuales, La Tata Oliva sostiene que hay mucho por hacer en el estado Bolívar, lamenta que a pesar de la riqueza que hay en el estado más grande de Venezuela, haya escaso interés de aprovecharla de forma positiva.
Si tenemos más arte, si la gente conoce más el arte, va a ser obviamente más sensible y vamos a ser mejores ciudadanos”, expresó Oliva.
Resalta la importancia de rescatar espacios como el ecomuseo y de hacer más y mejores esfuerzos por dar a conocer los lugares que -ya existen- donde se promueve el arte, pero que los guayaneses desconocen.
Comenta que en la ciudad hay mucho espacio vacío para llenar, y resalta la ventaja de la escasa competencia que hay artísticamente.
Para Ronald siempre la ciudad ha tenido un poco de arte en nuestros cimientos y considera que el movimiento está retomando la fuerza que alguna vez tuvo.
Ante su juicio, debería haber más espacios que propicien las expresiones artísticas, pero reconoce que no toda la responsabilidad es de la ciudad, pues comenta que son los mismos artistas los que deben reconocer y reclamar esos espacios y para ello hace falta fortalecer el colectivo artístico de la ciudad.
Hay oportunidades y hay espacios que necesitan ser atendidos y ahí es donde está la oportunidad para los artistas”, manifestó Ruiz.
Si hay algo en lo que estos tres personajes están de acuerdo es que en Guayana falta mucho por hacer en cuanto a arte se refiere.
Los colores vivos que identifican sus obras, esencia de su estilo característico pop art, buscan transmitir la fuerte energía que desprende La Tata Oliva; la vida, la alegría, el amor.
“Lo que tenemos que dar es amor” dice. Para ella es la base de todo. Rodeada de colores fuertes y de los signos de sus obras, la también abogada rememora cuán lejos han llegado sus José Gregorio, personajes como Lilian Tintori tienen obras suyas y recientemente pudo llevar uno al Salto Angel.
Y aunque vivió en Francia y en Estados Unidos, para ella Guayana sigue siendo el mejor lugar para vivir.
“¿Para dónde vamos a ir? Nosotros los guayaneses somos más afortunados de ser de este estado (…) Aquí estamos en casa. Sostiene y asegura que su meta, es “poner a valer” a Guayana.
Para Ronald el arte es una experiencia que considera que al guayanés le hace falta vivir y que, además es una herramienta que ayuda a sensibilizar a la sociedad.
“Vivimos en una ciudad que puede ser también una obra de arte”, expresó.
Para él la sensibilidad se asoma cuando al ver una planta no se piensa en destruirla, sino todo lo contrario, o en su caso, cuando se mira una obra de arte. Menciona que es importante entender que la ciudad puede ser también una obra de arte, de forma que al verla desde la ventana de la sensibilidad no se puede pensar en destruirla o en ir contra ella.
Ronald nació y creció en Guayana, por lo que dice tener una conexión especial con sus calles y todo lo que la identifica, aunque su talento lo ha llevado a otros lugares del país, como Caracas y Lechería, dice que mantiene y mantendrá siempre la mirada en Guayana.
Antonella tiene un sueño para la ciudad, hacer las plazas dinámicas y funcionales, que algún día sea una plaza de Ciudad Guayana la que se viralice en redes por su modernismo y su integración con el usuario.
Desea combinar su arte y sus conocimientos en ingeniería civil, para dejar una huella de renovación en la ciudad que le ha hecho ser quien es.
Antonella Echenique, Ronald Ruíz y La Tata Oliva, son dignos ejemplos de resistencia ante una cotidianidad que parece motivar a todo, menos a ser artista.
Empezaron rompiendo su propio molde, porque no son artistas que puedan ser encasillados en un solo estilo o formato. Ahora, esperan romper la barrera que marca distancia entre quien está leyendo estas líneas y el arte que necesita ser visto.
Desean romper la distancia entre la Guayana del brillo opaco del oro, las obras sin terminar y las industrias paralizadas, para abrir la puerta a una Guayana donde los colores, el arte y el talento sea lo que más se mire.
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