Zenaida Jiménez y Freddy Báez, venezolanos ambos, migrantes en la ciudad brasileña de Boa Vista ambos, enfermos ambos, han atravesado rigores que parecen inamovibles: la tardanza del diagnóstico de su enfermedad, intervenciones tortuosas, tratamientos costosos y éxodos intempestivos: todo para salvar la vida, aunque uno de ellos no lo logró. Ambos relatos surgen sobre el telón de fondo de la emergencia humanitaria compleja en Venezuela y las formas letales en que la crisis se empecina en hospitales y otros centros de salud.
18 de diciembre de 2023 – Morelia Morillo
Zenaida Jiménez y Freddy Báez se cruzaron sin conocerse en la Unidad de Asistencia de Alta Complejidad en Oncología (Unacon), del Hospital General de Roraima (HGR), en Boa Vista, Brasil. Protagonistas de esta historia, con certeza, al formalizar su ingreso, ambos se identificaron como venezolanos migrantes en el norte de ese país fronterizo con Venezuela.
—Tú llegas ahí y empiezas a conversar con uno, con otro, otro. Por lo menos que haya 100, 30 serían brasileños —cuenta Jorge Zambrano, el esposo de Zenaida.
En Boa Vista, en el norte de Brasil, Freddy y Zenaida comentaron, por separado y para este trabajo, que migrar con cáncer es un desafío mayor: alquilar un lugar para vivir, comer bien, asistir a citas, pagar transporte, electricidad y agua; comprar pañales o bolsas de colostomía… todo, sin trabajar o disminuyendo las horas laborables. Y, además, entender términos médicos en portugués, un idioma distinto del propio.
Pese a los obstáculos, todo luce mejor que en el país de origen. En Venezuela no hay un cálculo sobre la cantidad exacta de pacientes que no pueden pagar por medicina privada o saldar las faltas de la medicina pública. Entonces organizan colectas para afrontar gastos médicos o emprenden éxodos por las fronteras terrestres hacia Colombia o Brasil, además de que postergan las atenciones médicas. Tal y como hicieron Freddy y Zenaida.
Quizás por eso, en enero de 2023, el Gobierno de Roraima precisó que en 2022 hubo más de 110 mil atenciones en la Unacon, 37,7% más que en 2021. El director de la Unidad, Anderson Dalla Benetta, vinculó el aumento de la demanda a la migración venezolana.
Vista del Hospital General de Roraima, en donde se encuentra la Unidad de Asistencia de Alta Complejidad en Oncología (Unacon) | Foto: Benjamín Soto Mast
Tener cáncer en Venezuela es una tragedia, y para muestra los datos: en 2018, el Reporte Nacional Emergencia Humanitaria Compleja en el Derecho a la Salud reveló que en Venezuela operaban solo cuatro de 25 unidades de radioterapia y las cirugías disminuyeron 50%.
Para 2018, la disponibilidad de equipos de radioterapia operativos en el sistema público nacional era 0. Para 2023, el escenario no ha variado. En 2021, se reportó que sólo un equipo estaba disponible para tratar el cáncer de mama | Fuente: Observatorio Venezolano de la Salud
Para 2023, poco o nada ha cambiado. En septiembre, Correo del Caroní reseñó que de los 25 centros de radioterapia públicos en Venezuela, tres funcionan a medias, aunque para algunos tipos de cáncer. Los tres están en Caracas: el Hospital Domingo Luciani, el Instituto de Oncología Luis Razetti y el Oncológico Padre Machado.
Y no es solo eso. También fallan los servicios de tomografía y resonancia magnética, así como los insumos en las emergencias, según la Encuesta Nacional de Hospitales (ENH) desarrollada por Médicos por la Salud desde 2018.
Todo lo anterior permite deducir las razones por las que miles de venezolanos han huido a países vecinos como Brasil para salvarse, usando como puerta de entrada el estado de Roraima. Según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), la población del estado de Roraima era de 652.713 personas en 2021. Solo entre enero de 2000 y marzo de 2022, 172.117 personas ingresaron al Registro Nacional Migratorio (Sismigra) del estado: 97% venezolanos, según la plataforma Migracidades Brasil.
Jorge y Zenaida fotografiados en el patio de su casa en el barrio Senador Helio Campos de Boa Vista, Brasil | Foto: Benjamín Soto Mast
Zenaida Jiménez (50 años) está comenzando su tratamiento contra el cáncer desde cero, a pesar de que lleva poco más de dos años como paciente oncológica.
Sus malestares comenzaron con la premenopausia. Vivía en Pozo Verde, en la periferia rural de San Félix (este de Ciudad Guayana). Era cocinera en un liceo. Caminaba dos kilómetros para llegar a la vía principal.
En 2015 pidió un día libre para ir al Ambulatorio Urbano Tipo III Las Manoas y consultar un médico. Pero en el centro de salud no había agua y ella no regresó porque le descontaban el día de trabajo. Es una situación que no ha variado: en julio de 2023, la Encuesta Nacional de Hospitales indicaba que en 70% de los centros el suministro de agua es irregular, y 54% reportó más de tres fallas eléctricas por semana. Sin electricidad se para el hospital y el soporte vital de los pacientes. La falta de agua afecta la higiene y los tratamientos y exámenes, como la citología de Zenaida.
Jorge y Zenaida se conocieron siendo niños. Desde hace 23 años son pareja. Jorge trabajaba en una distribuidora de gas doméstico. Subía y bajaba bombonas de un camión. Migró en 2017. A salir del país lo motivaron la muerte de su padre y la precariedad económica.
—Yo quería salir un poco, como dice uno, de Venezuela, pues, y me vine por ahí, aventurando con una hermana y unos cuñaos. Ahí, ellos entraron en un refugio y me dejaron en la calle —contó Jorge.
En 2018, le dijo a Zenaida que vendiera lo que pudiera, juntara la plata y preparara viaje.
Entonces, entró una pandilla a la casa.
Se llevaron las bombonas de gas, la comida que había en la nevera y el celular de Zenaida. A ella la golpearon en la cabeza con la pistola y la amenazaron con matar a su hijo de 16 años si no les daba el dinero. Se los dio y se marchó con las manos vacías con sus hijas, hijos, un yerno y tres nietos.
—La casa la abandonamos, claro. Me iban a matar a la familia por esas tres lochas —explicó Jorge.
En el viaje de San Félix a la frontera Zenaida y sus hijos vendieron las últimas de las bombonas de gas para obtener algo de dinero | Foto: Laura Clisánchez
En el camino vendieron la última de las bombonas de gas, la que se salvó de los atracadores.
En aventones recorrieron los 588,1 kilómetros que separan a San Félix de Santa Elena de Uairén, la ciudad en el lado venezolano de la frontera con Brasil. Jorge los recibió en Pacaraima, en el lado brasileño. Cuando llegó allá, se enteró de que el transporte gratuito hacia Boa Vista no funcionaba.
Durante tres días, las 14 personas caminaron la BR 174, la línea de asfalto que, entre sabanas, conecta la frontera (conocida como la línea) con Boa Vista. 230 kilómetros en total, con más de 35 grados centígrados, incluso bajo sombra. A media tarde del tercer día, un chofer se ofreció a llevarlos.
—Y nosotros asustados porque decían que picaban gente, que mataban. Era una cava, pero era abierta y nosotros orando por todo el camino —recordó Jorge, quien no suele ir a la iglesia.
El término de los «caminantes» empezó a utilizarse en 2018 para describir a los migrantes venezolanos que han abandonado su país a pie, a través de naciones como Colombia y Brasil, debido a la crisis humanitaria | Foto: Morelia Morillo
Los dejó en el mercado El Garimpeiro, en Boa Vista. Caminaron 5,7 kilómetros hasta el Puesto de Triaje de la Operación Acogida, el conjunto de carpas en donde funciona la sede central de la acción de respuesta humanitaria a la migración venezolana. Pararon en la saliente de una comercializadora de repuestos. En las noches dormían sobre cartones. Durante el día, hurgaban en la basura, buscando hierro y aluminio para vender.
Los Zambrano Jiménez pasaron seis meses en la calle. Una pelea los sacó del sitio. “Iban a matar a un muchacho venezolano”.
En mayo de 2018, cientos de migrantes venezolanos fueron llevados desde la Plaza Simón Bolívar hasta los lugares de abrigo. Muy cerca de allí, en la saliente de un negocio, vivieron Jorge y Zenaida | Foto: Morelia Morillo
Al lado del Triaje, bajo un árbol, con plásticos y tablas, improvisaron un refugio. Seis meses más.
Chatarreando, juntaron 220 reales (44 dólares). Un brasileño le dio 150 reales (30 dólares) a Jorge. Al final de la tarde, alquilaron una habitación. Allí vivieron durante siete meses.
Después, un paisano desconocido les cedió una casa durante un mes; un amigo brasileño les alquiló un terreno para que hicieran una barraca y otro les consiguió una parcela y trabajo. “Empezamos a trabajar, a reunir, comíamos lo que conseguimos en la calle. Medio que agarrábamos, medio guardábamos. Reunimos 7.000 reales (1.400 dólares)”. Así pagaron la cuota inicial de un terreno y quedaron abonando 515 reales (103 dólares) mensuales hasta cancelar 42 mil reales (8.400 dólares).
Cuando Freddy Báez, de 66 años, llegó a Boa Vista, su atención médica también arrancó desde cero. Vivía en El Paují, comunidad mixta de pemones y no indígenas ubicada a 80 kilómetros al oeste de la capital del municipio Gran Sabana. Allí se dedicaba a la minería sin maquinarias.
A finales de 2022 se sintió mal. Fue al Hospital Rosario Vera Zurita, de Santa Elena de Uairén. Tenía la hemoglobina en seis, cuando el nivel normal para un hombre es de entre 13.8 y 17.2 gramos por decilitro (g/dL). Le hicieron una transfusión.
—Me sentí mejor y volví a la comunidad —dijo.
Freddy con su hija Flor en el anexo que alquilaron en el barrio Buritis, en la ciudad de Boa Vista, Brasil, para asistir al tratamiento oncológico | Foto: Benjamín Soto Mast
En marzo de 2023, Freddy alzó peso y volvió el malestar. Fue a consulta con el médico de la comunidad, y apenas lo auscultó, le sintió un bulto en el bajo abdomen, donde le dolía. “Mejor vete a Boa Vista”, coincidieron los doctores del ambulatorio de El Paují y de la clínica privada en Santa Elena de Uairén.
Un artículo de Correo del Caroní refleja que los pacientes han implorado y protestado por la reactivación de la Unidad Oncológica de Radioterapia y Medicina Nuclear Virgen del Valle, en Ciudad Bolívar, a 100 kilómetros de Puerto Ordaz, en el estado Bolívar, sureste de Venezuela.
A falta de un servicio público, el paciente, dependiendo del número de sesiones indicadas, requiere entre 3.000 y 12.000 dólares para ser atendido en una clínica privada. O viajar a Caracas para tal fin, si tiene suerte de que algún equipo esté en funcionamiento.
Cuando en el Hospital Rosario Vera Zurita no hay los insumos ni la especialidad ni los espacios, los pacientes son remitidos a Boa Vista donde solo, o casi siempre, se habla el portugués. En agosto de 2023, Flor, la hija de Freddy, contó que ella y su papá ya entendían el idioma y que al menos se hacían entender.
—Unos amigos brasileños me llevaron para una clínica, en donde un doctor me hizo una citología. Me apareció que tengo cáncer en el útero. Eso fue en 2021, después de la pandemia —recordó Zenaida. La biopsia es del 10 de junio de 2021. De allí la remitieron a Manaos, capital del estado brasileño de Amazonas, a 782 kilómetros de Boa Vista. Viajaron el 8 de marzo de 2022.
Hasta agosto de 2023 no había radioterapia en Boa Vista. El plan Terapia Fuera del Estado (TFE) del Sistema de Salud de Roraima (Sesau Rr) incluye pasajes aéreos y una “ayuda de costos”.
Antes de viajar a Manaos, Jorge vendió el carro que le había regalado su hijo para que chatarreara. En Manaos pasaron dos meses. La “ayuda de costos” llegó con un mes de retraso.
Zenaida Jiménez sosteniendo el documento con el esquema de quimioterapias asignado para su tratamiento contra el cáncer | Foto: Cortesía Jorge Zambrano
—Todos los viernes me tocaba la quimioterapia. Entonces, me hacían exámenes los jueves. Un jueves me hice el examen y él (Jorge) lo fue a retirar. La doctora ve y dice: “Tiene infección”. Yo dije: es la última quimioterapia, vamos a cumplirla. Pero resulta que esa quimioterapia me hizo daño. Ya en la noche me dio fiebre, no quería hablar, no podía comer, ni caminar.
De alta y en Boa Vista, continuaron las dificultades para respirar y moverse. “Aquí a mi casa llegó la ambulancia, me tuvieron que sacar con respirador”, recordó ella. “Una infección aguda porque no podía recibir el tratamiento. Lo que hicieron con el tratamiento fue que le perforaron la vejiga. Ella tiene que usar pañal”, añadió Jorge.
Jorge y los hijos la levantaban, la bañaban y le daban de comer y beber. “A ella la mandaron para acá, para la casa, prácticamente a morirse”. Era 21 de julio de 2022. La llegada a sus vidas de unos amigos cristianos, dijeron, cambió todo. “De ahí para acá, esa mujer se paró por la fe. Lo que no hicieron los médicos. A ella no la levantó el médico de la cama. A ella la mandaron a morir para la cama”, expresó Jorge, convencido.
En el Hospital General de Roraima, Freddy ingresó al quirófano de inmediato. Pero por el tamaño del tumor, de 11 centímetros, el médico tomó la muestra y cerró. Cuando fue dado de alta, Flor solicitó apoyo, y por ser indígena fueron enviados al Abrigo Jardín Floresta, un albergue de la Operación Acogida para hospedar a los indígenas migrantes.
—Pero era muy incómodo. Hacía calor, las colchonetas estaban en el suelo, los baños, muy lejos, había cucarachas, había que esperar por la comida —cuenta Flor.
Allí, las suturas se desprendieron. Tuvo que pasar nueve días más hospitalizado. A través de unos amigos, consiguieron una habitación, con entrada independiente y baño. Pagaban 500 reales (100 dólares) mensuales.
Sesenta días después, en junio de 2023, recibió el resultado de la biopsia: cáncer de colon tipo adenocarcinoma. El tumor medía nueve centímetros. Pasó a ser un paciente de la Unacon.
Freddy en su casa | Foto: Benjamín Soto Mast
De acuerdo con el informe Pronósticos de mortalidad e incidencia de cáncer en Venezuela (2021), el grupo de hombres de entre 55 y 64 años es el tercero con mayor mortalidad y el primero con mayor incidencia por cáncer de colon y recto, el segundo tipo más letal en hombres, lo cual puede explicar el diagnóstico de Freddy.
—En la Unacon hay un paciente venezolano con 20 pequeños tumores en el colon —recuerda Freddy a manera de referencia—. La última transfusión que me hicieron en Boa Vista me la hicieron junto a otros tres pacientes, los tres con cáncer, los tres venezolanos. Incluso hay una mujer, también de El Paují, que lleva dos años hospitalizada con lupus.
El tratamiento de quimioterapia de Freddy fue marcado para el 28 de septiembre de 2023. El día 26, cuando sus hijas se disponían a darle de comer, Freddy convulsionó, dejó de respirar y lo llevaron al hospital. El jueves 28 de septiembre lo pasaron a cuidados paliativos.
En la tarde del 22 de octubre de 2023, Freddy acababa de fallecer. La Capitanía General del Sector 7 del Pueblo Indígena Pemón ayudó a la familia con el pago de la urna y el traslado. En promedio, 500 dólares.
—Ayer lo sepultamos en El Paují y ahora toca seguir adelante —dijo Francia, su hijastra, tres días después.
—Ahora resulta que después que el cáncer supuestamente había desaparecido, me vienen a decir, a lo último: ‘pero tiene como una mancha negra ahí, el cáncer está vivo’ —aseguró Zenaida en su casa de Senador Helio Campos, Boa Vista, a mediados de agosto de 2023.
Jorge y Zenaida entienden el portugués, pero no hablan el idioma con fluidez. “En ocasiones la cuestión del lenguaje dificulta la comprensión y la relación entre el médico y el paciente”, reconoce el secretario adjunto de la Sesau, Dr. Edson Castro, en una entrevista a la Red de Periodistas de la Amazonía Venezolana otorgada el 6 de diciembre.
Y aunque la secretaría de salud está haciendo lo posible por tener traductores, por lo pronto, en la Unidad de Oncología le piden a Jorge y Zenaida que hablen en español, pero despacio.
El 2 de octubre de 2023, y tras meses de creer que el cáncer había desaparecido, Zenaida inició un nuevo ciclo de seis sesiones de quimioterapia en la Unacon Roraima.
Senador Helio Campos es un suburbio al oeste extremo de Boa Vista, en donde, con frecuencia, alquilan o compran y construyen familias venezolanas. Las calles son de tierra, el servicio eléctrico es regular, la vecindad se encarga del agua y cada quien de sus aguas servidas. La casa de los Zambrano Jiménez está hecha de retazos: láminas de asbesto y metal, tablas, laminillas plásticas, plástico negro, puertas y ventanas arrojadas por alguien más.
Viven con dos de sus hijos, una nuera y la hija de ambos. Cada quien en su espacio.
Para llevar a Zenaida a la Unacon, Jorge recurre a un vecino que apenas le acepta 50 reales (10 dólares) para la gasolina. Los lleva, los deja, y cuando Jorge llama, los busca.
Zenaida no tolera el medicamento que recibe para calmar el dolor y Jorge debe comprar otro cuyo valor es de 80 reales (16 dólares) por caja por quincena; un paquete de pañales de 8,75 reales (1,75 dólares) le dura dos días.
—El único problema que tenemos es que ella está usando demasiado pañal y aquí la cuestión está un poquito dura en cuanto a la chatarra. Somos demasiados venezolanos pasando necesidad y, bueno, pidiéndole a Dios que Venezuela mejore para nosotros volver —explicó Jorge.
El 4 de febrero, a propósito del Día mundial de la lucha contra el cáncer, la Organización Panamericana de la Salud y la Organización Mundial de la Salud divulgaron que el cáncer puede prevenirse y controlarse. Cada persona debe evitar el consumo de alcohol y tabaco, ir al médico, comer frutas y verduras y ejercitarse.
Las últimas tres recomendaciones, por sencillas que parezcan, pueden resultar inalcanzables para los habitantes de un país sacudido por una crisis, como Venezuela. A su vez, cada gobierno debe integrar regulación, promoción y programas de atención orientados a la prevención, detección temprana y tratamiento eficaz y oportuno. Lo que, por cierto, tampoco ocurre en Venezuela. Zenaida y Freddy son dos ejemplos de miles.
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